Este blog es una forma didáctica de entregar los conocimientos a los estudiantes que estén interesados en profundizar en lo relacionado a la Cuestión Social en Chile.
Así mismo mediante la literatura se busca contextualizar los duros momentos por los cuales el pueblo chileno tuvo que sobrellevar para llegar al país que hoy conocemos.

LA CUESTIÓN SOCIAL EN CHILE (1880-1920)


No se puede  decir que la pobreza y las desigualdades sociales surgieron en el país en la década de 1880, como tampoco que han desaparecido en la actualidad actual. Sin embargo, ya desde finales de siglo XIX muchos elementos se conjugaron para transformar los problemas sociales en una “cuestión social”, tales son, un contexto económico capitalista plenamente consolidado, caracterizado por una industrialización  y un crecimiento urbano desmedido que aumentaron las malas condiciones de vida de la población; una clase dirigente que no tomaba en cuenta los problemas y demandas de la clase baja; y, por último, una clase trabajadora que ya no estuvo dispuesta esperar que el Estado oligárquico solucionara sus problemas.



A lo largo del siglo XX, se escribió una buena cantidad de literatura, especialmente de novelas que van dando cuenta de la realidad de la época sobre todo de la clase baja, la que vivió en los conventillos y sufrió las consecuencias de las desigualdades. Estas novelas son una buena fuente para conocer esta realidad, y empaparse del contexto histórico, autores como Baldomero Lillo, Pedro Prado, Alberto Romero, Nicomedes Guzmán, Victor Domingo Silva, entre otros, se encargaron de escribir desde esta realidad de la que estamos hablando.


El crecimiento económico generado por la industria minera instalada en la zona norte del país fue fecundo para la acumulación de grandes fortunas entre los empresarios chilenos y para que el Estado pudiera desarrollar una vasta red de obras públicas, veamos por ejemplo el paseo de una familia pudiente chilena para esta época en contraste con la población de clase baja: “Las familias más pudientes iban en grupos a dar un paseo por el centro de la ciudad. Otras se lanzaban a la quinta, al parque, donde el pasto recién lavado, oloroso, fresco, da una impresión de libertad y amplitud. Los dechorradores, los arribistas de la cité, como quien dice, alquilaban un auto o una victoria del servicio público y salían a causear bajo los árboles de alguna de esas quintitas de recreo que hay en los alrededores de Santiago”[1]. Sin embargo, la mayor parte de la población chilena no recibió los beneficios del progreso económico; por el contrario, tras la fastuosa imagen de los capitanes de la industria chilena, se escondía una dura y trágica realidad social.


En primer lugar el despegue de la economía chilena implicó el surgimiento de una serie de oleadas migratorias desde el campo a la ciudad, o en su defecto desde el campo a las oficinas salitreras del norte del país. En la Viuda del Conventillo podemos citar un ejemplo: “Juan de Dios se quedó callado, y al otro día, sin decir agua va, emprendió viaje al norte, en un enganche de obreros destinado a la Compañía Chilena de Salitre”[2].
Las grandes urbes chilenas no estaban preparadas para recibir los repentinos y vastos flujos de población proveniente del campo, y debido a la escasez de viviendas, los recién llegados a los centros urbanos se debieron instalar en las inmediaciones de las industrias y se ubicaron en habitaciones precarias y deficientes.





De esta forma surgieron algunas de las tradicionales viviendas chilenas como los “cuartos redondos”, los “conventillos”, los “ranchos”; los primeros de ellos, eran habitaciones sin luz ni ventilación en las que se ubicaban todos los miembros de un grupo familiar; los “conventillos” eran complejos de viviendas compuestos por un conjunto de habitaciones que se disponían a ambos lados de una calle interior que servía de pasillo; finalmente, los “ranchos” eran precarias construcciones realizadas a base de abobe y con techumbres de paja.
En la obra de Pedro Padro, Un juez rural, podemos rescatar el ambiente de un rancho: “… Y más lejos una sencilla casa inconclusa, los vanos de puertas y ventanas defendidos por adobes aperchados; y aquí un rancho miserable sobreviviente de antiguos tiempos; y más allá retazos de terreno ofrecidos en venta en grandes y viejos letreros descoloridos. Y dispersas por las amplias calles, cubiertas de cardos e hinojos, con zanjas profundas a manera de cunetas, nuevas construcciones tristes o absurdas, coronadas de humillos azules, formaban ese arrabal desolado, último límite de la ciudad”[3].




Las pésimas condiciones habitacionales y el extremo hacinamiento eran factores que elevaban considerablemente las posibilidades de multiplicación de enfermedades pandémicas, a lo que se agregaban problemas de alcantarillado, dificultades para la evacuación de aguas servidas, y complicaciones severas en la extracción de la basura.
“La clientela de la Gloria está formada en su mayoría por ese mundo que vive como las ratas, en los escondrijos y subterráneos sociales; gentuza que se muestra a la luz de las calles decentes en los días de catástrofes o revueltas; residuos del mundo inorgánico que flota por los arrabales de las poblaciones”[4].
Esta compleja situación en materia de salubridad pública derivó en la aparición de enfermedades asociadas a las malas condiciones higiénicas como la peste bubónica, la tuberculosis, la difteria, la neumonía y otras. “¡Si se pudiese penetrar las tinieblas, arrancarles el secreto de lo porvenir! quién sabe, entonces, si fuera mejor que aquel pobre ser no naciese nunca a la luz del mundo! Extirpar el brote vicioso, es evitar que se desarrolle una planta para la peste y la carcoma”[5].
 El delicado panorama que debían enfrentar los bolsones de campesinos era completado con la propagación de enfermedades de contagio sexual y con una alta tasa de alcoholismo en la población.




Las pésimas condiciones que debían enfrentar los obreros de las ciudades, no diferían en mucho con las que debían lidiar los mineros del salitre en las oficinas del norte del país; de hecho, sus precarias habitaciones eran construidas con un componente metálico denominado calamina, el que hacía a las viviendas de los mineros casi inhabitables puesto que por el día no aislaban las altas temperaturas, y por las noches no protegían a los trabajadores y sus familias de los inclementes fríos desérticos. La situación sanitaria también era deficiente debido a la carencia de profesionales de la salud para atender a una masa de población en constante aumento.
En el aspecto laboral los obreros industriales y los mineros del salitre se hallaban aún más desprotegidos, ya que no existía una legislación al respecto y los abusos patronales eran perpetrados cotidianamente en las industrias y en las oficinas salitreras. Para el periodo de la llamada República Salitrera no existían los contratos de trabajo ni menos los sistemas de previsión; por el contrario, eran usuales las jornadas laborales de 14 horas de duración. 




“Agotadas las fuerzas la mina nos arroja fuera como la araña arroja fuera de su tela el cuerpo exangüe de la mosca que le sirvió de alimento! ¡Camaradas, este bruto es la imagen de nuestra vida. Como él callamos sufriendo resignado nuestro destino! Y, sin embargo, nuestra fuerza y poder son tan inmensos que nada bajo el sol resistiría su empuje”[6].
Las paupérrimas condiciones laborales eran aumentadas en las oficinas salitreras a través del sistema de fichas, el que implicaba que a los mineros no se les cancelaban sus remuneraciones con dinero de curso legal, sino que por medio de fichas confeccionadas con diversos materiales que servían como instrumento de pago en las pulperías emplazadas en cada oficina; lo paradójico del asunto es que las pulperías eran de propiedad de las mismas salitreras, lo que en la práctica significaba que el producto del trabajo de los mineros era acumulado en última instancia por los dueños de las propias salitreras.
Las nefastas circusntancias sociales y laborales en las ciudades, pero especialmente en las oficinas salitreras, originaron la aparición de un conjunto de organizaciones y movimientos sociales que agrupaban y que canalizaban las demandas de los obreros y mineros. Estas organizaciones se sumaron a las ya existentes como la Sociedad Unión de Tipógrafos, fundada en 1853 en la ciudad de Santiago y a la Sociedad de Artesanos de la Unión. En el año1900 se fundó el Congreso Social Obrero, organización que aglutinaba a más de 150 sociedades obreras, y en el año 1909 surgió la Federación Obrera de Chile (más conocida por su sigla FOCH).






La organización de los trabajadores en las oficinas salitreras dio paso a la aparición de la denominada “prensa obrera”, la que consistía en periódicos dirigidos a los mineros y que entre sus principales mensajes difundían la idea de la huelga como una herramienta de lucha contra la explotación y como medio de presión para obtener mejoras en sus prácticas laborales. Debido a la inexistente legislación laboral, las huelgas eran de carácter ilegal y eran violentamente reprimidas por las fuerzas policiales y por los servicios de guardias contratados por los dueños de las salitreras.
La represión contra las manifestaciones obreras y en especial contra las huelgas fue una constante del periodo que analizamos y las fuentes periodísticas dan cuenta de una considerable suma de enfrentamientos entre grupos de obreros y fuerzas policiales, e incluso algunas veces, contra contingentes compuestos por elementos militares.

En el año 1903, durante la huelga de los estibadores y obreros portuarios, las fuerzas policiales enviadas por el gobierno regional a romper el movimiento obrero, asesinaron a cerca de 50 manifestantes; en el año 1905, a instancias de la “huelga de la carne” ocurrida en la ciudad de Santiago, las fuerzas policiales cobraron 70 víctimas entre los obreros; sin embargo, el hecho más controversial que sacudió a la sociedad chilena fue la “matanza de la Escuela de Santa María” acaecida en el año 1907, como corolario de una masiva huelga protagonizada por los trabajadores de las salitreras de la provincia de Tarapacá. Las cifras oficiales hablan de una cifra cercana a los 500 muertos, aunque otras fuentes señalan que el número de víctimas de la represión militar se elevó por sobre las 2.000 personas.


Por el contrario, gracias al auge económico que propició la elevada demanda de salitre, las clases dominantes atravesaban por una realidad absolutamente opuesta a la trágica realidad que debía enfrentar el grueso de los trabajadores chilenos en las ciudades y en las oficinas salitreras. Los sectores dominantes de la sociedad chilena fueron los principales beneficiados del boom del salitre y gracias a sus vinculaciones con la industria minera y la industria agropecuarias sus fortunas aumentaron enormemente. “El no ignoraba que había en la capital muchísimos señores que se daban una vida magnífica, gracias al trabajo obscuro y rudo de los que en el fondo de las provincias consagraban todas sus energías a la tierra, pendientes de la temperatura, de los insectos, de los vientos  y las heladas, batallando contra enemigos implacables”[7].


La gran cantidad de recursos de que disponían los acaudalados empresarios chilenos les permitieron construir enormes y fastuosas mansiones y palacetes, los cuales generalmente eran amoblados con mobiliario importado desde Europa. La práctica de consumir productos de lujos europeos se extendió a la educación y comúnmente los hijos de los miembros de la clase dominante eran enviados a completar sus estudios a Francia.


Junto a la emergencia del proletariado industrial sometido a pésimas condiciones de vida y trabajo, y a la extraordinaria bonanza que experimentó la oligarquía minera y agrícola, en el periodo de la República Salitrera comenzó a consolidarse un estrato social que había mejorado sus condiciones, principalmente, gracias al aparato público de educación, el que tradicionalmente ha sido denominado clase media. En efecto, la clase media en este periodo aumentó su número debido al crecimiento del sistema educativo, y coyunturalmente, por causa de la expansión del aparato administrativo.
El complejo panorama social de Chile en el periodo que marco el paso del siglo XIX al siglo XX fue enfrentado de forma tibia y débil por los respectivos gobiernos que dirigieron al estado chileno. En materia laboral sólo se realizaron tenues esfuerzos por mejorar las paupérrimas condiciones en que se debían desempeñar la mayor parte de los trabajadores nacionales; en el caso de las oficinas salitreras, las iniciativas estatales destinadas a detener los abusos a los que estaban sometidos los trabajadores del salitre, fueron nulas debido a la alta influencia de los empresario salitreros en las políticas gubernamentales, ya que su industria representaba más del 90% de las entradas fiscales, por medio del pago de impuestos aduaneros.
Como señalamos recién, las iniciativas del estado en materia social fueron casi inexistentes y se limitaron a un conjunto de disposiciones puntuales y descontextualizadas que no afectaron mayormente la suerte de los trabajadores del país. Entre estas disposiciones podemos mencionar a la denominada “Ley de Habitación Obrera”, dictada en el año 1606; la “Ley de la Silla”, promulgada en 1915; y finalmente a la ley de Accidentes del Trabajo y la ley de Descanso Dominical, ambas del año 1916.



[1] Alberto Romero. La viuda del conventillo; Editorial Quimantú, 1971. P. 45
[2] Alberto Romero. La viuda del conventillo; Editorial Quimantú, 1971. P. 41
[3] Pedro Prado. Un juez rural; Editorial Andrés Bello, Santiago, 1980. P. 37
[4] Joaquín Edwards Bello. El roto; Editorial Universitaria, 1981. P.
[5] Augusto D'Halmar. Juana Lucero; Editorial Zig-Zag, 1974. P. 115
[6] Baldomero Lillo. Sub-terra
[7] Silva, Víctor Domingo. Golondrina de Invierno. Editorial Andrés Bello. Santiago de Chile 1999. Pág 68




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